miércoles, 14 de mayo de 2014

El Sueño De Cada Semana Santa

Por: Fabián Pasaje

Dayan


Dayan, a sus 18 años, es universitario, vive con su familia, es un apasionado con las mujeres, se emociona al hablar del Nacional, sueña con ser un gran arquitecto, tener una familia con aprender a tocar guitarra, vivir su vida y ser feliz. Además, su tiempo libre lo dedica a Dios.

Es católico y desde hace tres años pertenece al grupo juvenil de su parroquia. Cuenta que en años pasados era pandillero y se dedicaba al vandalismo. Pasaba largas jornadas con su ‘parche’, no pensando en nada más que la vida fácil, caminando por las calles creyéndose el rey del mundo, y casi lo era. La gente respetaba su paso, y el que tenía inconvenientes con él debía prácticamente desaparecerse si no quería tener mayores problemas, o incluso morir. 



Dayan ha vivido toda su vida en el barrio Los Sauces, y sus vecinos le reconocen y han notado su cambio y progreso. Ese mismo que les hacía la vida imposible y al cual temían pasar de lado por temor a ser robados, es el mismo que ahora escuchan en la calle cantando y gritando para llamar la atención de otros jóvenes y acercarlos a su grupo.

Es Semana Santa y por tanto tiene más trabajo de lo normal. Sin embargo, en su rostro no puede ocultar la emoción de saber que este año tendrá la oportunidad de vivir una experiencia única, la cual ha albergado en su corazón durante todo el año. Y no hace más que hablar de eso.



Camilo



Camilo, a sus 23 años, es Tecnólogo en Sistemas, en su tiempo libre se dedica a una organización sin ánimo de lucro llamada AFS Intercultural Programs, le gustan los asados, vive con su familia y es un aficionado al voleibol y tenis de mesa. Además, desde hace nueve años es carguero en las procesiones de Semana Santa.



Su padre nunca lo fue. Es una pasión que surgió desde pequeño cuando en su colegio y familia le infundieron la pasión por cargar. Como cada año se prepara desde meses antes: reuniones, preparativos, las alpargatas, el cíngulo, el túnico, el cinturón. Todo está impecable para que llegue el día en que deba poner un paso de más de 400 kilos a su hombro. Ahora es un honorable carguero, el primero de su familia; orgullo que se extiende a todos los de su apellido.


Ansiosamente espera el Jueves Santo.



Una ilusión, un deseo

En los días santos, Dayan y su grupo, visitan enfermos, caminan hacia veredas, animan misas y participan en distintos ritos que la Iglesia pide para la Semana Mayor. Él no desaprovecha oportunidad para reír y contarles a sus amigos lo que pasará en esos días. Su sonrisa, sus gestos, su voz y la expresión de su rostro notan la emoción que tiene para que ese día llegue. Es un sueño que ha cultivado durante los últimos años de su vida, y que se hará realidad. Ansiosamente, también espera el Jueves Santo.



Noche de Jueves Santo


Llega el Jueves Santo y cae la tarde. Camilo en compañía de su madre alista todo lo necesario. Desde horas antes inicia lo que él llama la mítica vestida: se faja, pone el túnico azul turquí -propio de los cargueros de la Semana Santa de Popayán-, ciñe el cinturón blanco bordado a mano en su cintura, amarra su cíngulo y alpargatas y se pone cuidadosamente su capirote –el gorro.



Dayan por su parte se viste casual. Usa sus zapatos más cómodos, viste su jean preferido y cierra el broche de su chaqueta hasta el cuello. Cuida peinarse adecuadamente para la ocasión y sale rápidamente de su casa para caminar hasta el centro con sus muchachos, hablando solamente del evento de la noche. Al llegar, buscan el lugar más adecuado y Dayan no hace más que sonreír y mover ligeramente su pierna demostrando el ansia que siente.



Camilo, probablemente, también está nervioso. No debe ser fácil estar ante tantas miradas cargando algo tan pesado en sus hombros. Sin embargo, la experiencia de años pasados le da el aire de tranquilidad que lo caracteriza. Al llegar al templo aprecia La Dolorosa, sus rosas, la corona de oro que porta, la daga, las vallas, todo lo más valioso y que se ha adecuado para el paso que cargará. Sabe que no falta nada para la noche.








La procesión



Dos golpes al madero indican que deben empezar. Camilo aprieta sus labios y se aferra al listón del paso. Fuertemente toma impulso y pone 400 kilos en su hombro. Inmediatamente se para derecho, demuestra elegancia y seriedad, trata de no ver a nadie, pone la mano izquierda en su espalda, cuenta mentalmente hasta tres mientras se acostumbra al dolor y junto a sus demás compañeros empiezan a caminar. 



Son los responsables del porte y elegancia que deben admirar propios y foráneos en cada paso de la procesión. Sabe además que lleva en su hombro un patrimonio oral e inmaterial de la humanidad, le da la importancia que merece. Además son alrededor de cuatro horas con ese peso en sus hombros por 22 cuadras del sector histórico de la ciudad.







A Camilo no le importa mucho las miradas de los demás, pero sabe que hay personas que aprecian más sus gestos de cansancio, dolor y agotamiento que el mismo paso. Entre ellos Dayan. 



En un segundo cruzan sus presencias. 



Es la calle cuarta con carrera quinta. El silencio invade la calle y lo acompaña una leve brisa de luna llena junto a gran cantidad de alumbrantes. De nuevo Camilo se aferra al madero y pone La Dolorosa en su hombro, empieza a caminar. Dayan no hace más que mirar y admirar lo que hace. No le importa la estatua impávida que no puede ver ni apreciar, le importa el aspecto y la elegancia de los cargueros, su forma de vestir, su porte y su trabajo. Camilo por supuesto no lo ve. Trata de no ver a nadie, trata de concentrarse, trata de mantener siempre su mirada al frente. Dayan y Camilo no se conocen y en diez segundos compartieron un mismo sentimiento, una misma emoción, una misma pasión.





El turno cumplirlo


Llegó el momento de Dayan. Rápidamente corre hasta la carrera novena cerca al templo de San Francisco, ahí terminará la procesión. Al llegar, se da cuenta que ya casi nadie la aprecia, solo unos cuantos comerciantes o familiares de cargueros y sahumadoras que están esperándolos para brindarles agua o llevarlos a sus hogares, pero no le importa. Camilo por su parte llega cansado. Es natural. En su rostro se nota la aflicción y extenuación. Menos mal hay quienes les dan una ayuda y les permiten descansar: los pichoneros.





De nuevo cruzan sus presencias


Dayan ahora no sonríe, solo se quita la chaqueta y la ciñe a su cintura de la manera más elegante posible. Debe seguir con la elegancia de la ocasión. La emoción llega a su culmen, su corazón palpita intensamente y el resto del mundo dejó de existir, ni siquiera se percata si ha dejado solos a sus amigos, lo único que le importa es hacer realidad su sueño: pichonear.

Tiene una sola oportunidad y lo sabe. Afortunadamente los cargueros están cansados, tienen que dejar que jóvenes muchachos les brinden ayuda, y uno de ellos da la oportunidad a Dayan. Le brillan los ojos. Dentro de sí un solo pensamiento, fuerza. No lo puede creer. Dos golpes al madero indican que deben empezar. Toma aire y lo expulsa fuertemente, se aferra al listón del paso, toma impulso y pone más de 400 kilos en su hombro. Inmediatamente siente su peso, pero sabe que podrá. Se da ánimo a sí mismo. También se para derecho, no le importa el dolor e intenta demostrar elegancia y seriedad. No ve a nadie. Pone la mano izquierda en su espalda, le cuentan en voz alta hasta tres y junto a sus demás compañeros desconocidos, también pichoneros, empiezan a caminar.





A los pocos minutos siente el dolor en su hombro. Empieza a sudar y le tiemblan las piernas, pero su emoción es más fuerte. Cada vez que le indican cargar hace gestos de dolor, no lo puede evitar. Rápidamente toma aire y camina lo más rápido que puede, al igual que sus compañeros. Llegan al templo, entran el paso y lo ponen en el anda donde permanecerá hasta el otro día.

Sobando su hombro vuelve a sonreír. En su rostro una mezcla de felicidad y dolor. No lo puede creer aún.


La rosa Roja

Muchos no apreciarán el trabajo de Dayan como pichonero. Sin embargo su ilusión es tan grande que el dolor del momento se minimizan ante la satisfacción de sentirse carguero de un paso de la procesión..

Ahora Dayan sale de San Francisco con una rosa. Ese es el pago para un pichonero. Una rosa que La Dolorosa le ha regalado por cargarla durante unos minutos. Él solo la aprecia y no la suelta. De camino a su barrio el tema de conversación es la experiencia vivida.

La rosa y el dolor de hombro se unen en Dayan, en su ilusión, en el sueño de cada Semana Santa.

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